18 Abr Es hora de repensar el sueño sionista – opinión
POR: Warren Goldstein
Los dolientes se abrazan en el funeral de Tomer Morad en el cementerio de Kfar Saba el domingo, después de ser asesinado en el ataque terrorista de la semana pasada en Tel Aviv.
Hay una palabra para los ataques violentos y sin provocación en contra de judíos inocentes ocupándose de sus vidas ordinarias: pogromo.
Los recientes ataques asesinos en Tel Aviv, Beersheba y Bnei Brak no fueron actos de terrorismo diseñados para lograr un objetivo político específico. Estos ataques no tuvieron otro objetivo que asesinar judíos.
Las jubilosas celebraciones en las calles de Gaza dejaron claro que este objetivo había sido logrado. No hubo demandas políticas claras que se produjeron con estos ataques, ni llamados a negociaciones o a un estado palestino; sólo el objetivo general emitido en incontables declaraciones públicas y consagrado en los estatutos de Hamas: la erradicación del estado judío y la eliminación de los judíos de cada pulgada de Israel.
Hay una palabra para los ataques violentos y sin provocación en contra de judíos inocentes ocupándose de sus vidas ordinarias: pogromo. Para ser claros, la situación no podía ser más diferente de la de Rusia a finales del siglo XIX, cuando los judíos dependían de la buena voluntad del zar para tener protección. Hoy, podemos defendernos nosotros mismos, gracias a D-s.
Los judíos ya no pueden ser asesinados con impunidad. Ver a la policía y a los soldados israelíes moverse a través de las calles de Tel Aviv persiguiendo al autor de los asesinatos en Dizengoff nos da fuerza y confianza, como debería ser. Pero no cambia la naturaleza de estos ataques. Estos terroristas son los cosacos de hoy en día, y están perpetrando, no ataques terroristas con objetivos políticos claros, sino pogromos.
Esto es profundamente inquietante. El establecimiento de un estado judío tenía como objetivo acabar con antisemitismo. Theodor Herzl fue impulsado a formar el movimiento sionista moderno después de darse cuenta de la intransigencia del antisemitismo europeo, del que fue testigo tan gráficamente en el juicio de Alfred Dreyfus. Su diagnóstico fue que había una explicación racional para el antisemitismo: los judíos eran la única nación en Europa sin un país propio. Si ellos sólo pudieran tener su estado, creía él, terminaría el odio.
Una estatua de Theodor Herzl usa una mascarilla facial con la bandera israelí en el frente.
Pero no lo hizo. En su lugar, la ironía más amarga es que el estado judío se ha convertido en el nuevo foco de odio antisemita. El nivel de animosidad hacia Israel es incomprensible. ¿Cómo es posible que haya tenido que sobrevivir a incesantes guerras y ataques sólo para sobrevivir? ¿Que este país, en una franja de tierra más pequeña que el estado de New Jersey, del que nadie debería haber oído, ha sido el blanco de más resoluciones del Consejo de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas que el resto del mundo combinado? ¿Qué éste es el único país en el mundo con un movimiento global negando su derecho a existir? ¿Cómo puede ser que, dentro de la memoria viva del Holocausto, existe una nueva amenaza creíble de aniquilar a otros seis millones de judíos, sólo que esta vez con una sola detonación?
No existe una explicación racional para nada de esto. Es un fenómeno que desafía cualquier ley de historia o teoría política. Y, sin embargo, fue predicho: ¨Vehi she´amda¨ -¨En cada generación se levantarán para destruirnos¨ ¿Cómo comprendemos esta predicción aparentemente macabra?
Necesitamos ubicarla en el contexto de los orígenes milagrosos de nuestro pueblo: nacido en la esclavitud, liberado por D-s. En el corazón de nuestra historia yace una verdad fundamental que los judíos comprendieron con absoluta claridad durante miles de años: el destino judío desafía las leyes de la historia porque somos una nación milagrosa con una misión Divina. Ni siquiera deberíamos estar aquí en primer lugar.
Ninguna nación en la historia ha sobrevivido lo que nosotros hemos sobrevivido: 2,000 años de violento exilio, dispersión y opresión. Y, sin embargo, a pesar de las probabilidades imposibles, hemos sobrevivido y prosperado más allá de cualquier expectativa racional debido a nuestro destino dado por D-s. Los judíos siempre habían entendido que somos una nación como ninguna otra.
Sin embargo, muchos de los fundadores del estado se negaban a creer esto. Su sueño era que, de alguna manera, el moderno Estado de Israel evadiría el destino judío y se convertiría en un país como todos los demás: que normalizaría al pueblo judío -y al hacerlo, acabaría el antisemitismo. Pero ahora estamos despertando de ese sueño a la fría realidad. Su sueño era una ilusión. Nunca iba a ser.
Realmente, deberíamos haber visto esto desde el principio. El nacimiento del Estado de Israel fue milagroso: una nación diminuta, tres años después del Holocausto, defendiéndose de cinco ejércitos invasores en el primer momento de su existencia. ¿Por qué querrían estas naciones sofocar al país naciente antes de que naciera? ¿Por qué rechazaron el plan de partición de las Naciones Unidas para establecer un estado palestino junto a Israel? El odio, incluso entonces, desafió una explicación racional.
Con el tiempo, esta pequeña y vulnerable población prosperó, desarrollando un ejército fuerte y una economía floreciente, absorbiendo a millones de judíos que llegaban de todos los rincones del mundo -cumpliendo las profecías de la reunión de los exiliados -y logrando un éxito sobrenatural en el mundo como la ¨Nación de las Iniciativas¨, mientras resiste la animosidad irracional y desproporcionada -desde dentro de la región y más allá. Esto no es nada menos que un milagro. Tanto la adversidad como el éxito de Israel desafían la norma.
Algunos responden a este análisis con incredulidad. No puede ser. Y, en un intento de negar lo obvio -que Israel, y el pueblo judío son un estado y una nación como ningún otro -nos culpamos a nosotros mismos. Si el mundo nos odia, deben tener una buena razón; de alguna manera merecemos su odio. Si sólo hubiera un estado palestino, habría paz y todos en el mundo nos amarían. Si sólo dejáramos Jerusalem, nos aceptarían.
Si sólo no defendiéramos nuestras vidas tan fieramente y simplemente regresáramos a las fronteras de 1948, nos perdonarían. Excepto que, en 1948, cinco ejércitos atacaron. Si sólo saliéramos de Gaza habría paz. Excepto que después de que Israel abandonó el enclave costero, los cohetes llegaron en su lugar. Y todos los intentos desde entonces de establecer un estado palestino ha sido rechazado, no por Israel, sino por el liderazgo palestino.
Tenemos que culparnos a nosotros mismos, porque si no, ¿entonces por qué el odio? Un estado judío estaba destinado a acabar con el odio, no a atraerlo. La única alternativa para esta narrativa es aceptar que tenemos una misión y un destino Divinos que recibimos en el Sinaí: reconocer que todo el sufrimiento y éxito sobrenatural que nuestro pueblo ha experimentado durante milenios fue predicho en la Torah; comprender que la historia de nuestro pueblo trascurre en otro plano, prueba viviente de la presencia de D-s.
Ese es el mensaje de vehi she´amda. Durante generaciones, todo judío comprendió esto. Lo aceptamos no con resentimiento, sino con un sentido de privilegio y de solemne responsabilidad con nuestra misión Divina. Y en nuestras mesas de Seder, cantamos las desconcertantes palabras de vehi she´amda con alegría y orgullo, se levantan las copas con desafío y claridad de propósito.
Necesitamos esa claridad de las generaciones pasadas. Ahora más que nunca, necesitamos ver a los enemigos de Israel por lo que son. Estos no son ataques terroristas -son pogromos. La campaña internacional de Boicot, Desinversión y Sanciones en contra de Israel es otra clase de pogromo -marginalmente legal y más sofisticada, pero no menos letal. Irán busca otro Holocausto -enloquecido e irracional, pero no menos letal en su intención. Negar estas amenazas es más peligroso. Creer las acusaciones de los odiadores es ponernos a nosotros mismos en peligro mortal.
Y necesitamos saber quiénes somos -abrazarlo, no resistirlo -la singularidad del Estado de Israel y nuestra identidad judía. Ahora es el momento de repensar los supuestos de los sueños sionistas de los fundadores. Necesitamos darnos cuenta, que si queremos aferrarnos al regalo Divino de la tierra y de nuestro estado moderno, necesitamos verlo como parte de nuestra misión Divina.
Si, en el nombre de hacer a Israel un país como cualquier otro, todos los vestigios del judaísmo son eliminados del dominio público, del sistema educativo y de los valores aceptados por la sociedad, entonces la siguiente generación de israelíes no comprenderán por qué necesitan un estado judío en primer lugar.
¿Cómo aceptarán que vale la pena luchar por Israel si es sólo otra democracia occidental? Verán que hay lugares mucho más seguros para los judíos. Verán que todas las democracias libres del mundo protegen los derechos de todos sus ciudadanos, incluidos los judíos, y se preguntarán por qué deberían luchar por la supervivencia en una región hostil.
También se preguntarán por qué tantos nos odian. Sin conexión a una identidad judía enraizada en una misión Divina, se culparán a sí mismos, perdiendo confianza en la legitimidad y justicia de la causa del estado judío, perdiendo eventualmente la voluntad de defenderlo.
Este Pesaj, mientras cantamos las palabras de vehi she´amda, y reflexionamos más profundamente sobre la reciente ola de ataques, reconoceremos en el rostro del pistolero de Dizengoff el mismo propósito sin sentido -la misma insensatez sobrenatural -de los cosacos rusos que nos quemaron en nuestras casas, y los inquisidores españoles que nos torturaron bajo interrogatorio, y los romanos que masacraron a nuestro pueblo y saquearon nuestro Templo, y los capataces egipcios que nos hicieron trabajar hasta que nuestros cuerpos se rompían.
Debemos cantar estas palabras en la noche del Seder no con miedo o tristeza o amargura. En su lugar, debemos sentir el orgullo de las generaciones de judíos valientes que nos precedieron -recordándonos nuestro pasado milagroso y el significado de nuestro futuro -y volver a comprometernos con nuestra misión y destino Divinos.
En el Seder también debemos entregar estas verdades a nuestros hijos, para que sepan quiénes son; para que no cometan nuestros errores; para que conozcan a nuestros enemigos y no les teman: para que crean en sí mismos y en el significado y propósito del futuro judío; y para que se preocupen por él y quieran ser parte de él, lo suficiente para querer defenderlo y vivirlo en sus valores -y transmitirlo a sus hijos para que quieran hacer lo mismo.
El escritor es rabino en jefe de Sudáfrica.
Traducción: Comunidad Judía de Guayaquil
Fuente: The Times of Israel